domingo, 27 de abril de 2008

Por dentro

No era la persona adecuada. No lo era en ese momento y no lo sería nunca. Demasiadas diferencias, cientos de complicaciones, tiempo perdido entre medias. Y soledad, siempre el halo asfixiante de la soledad. También aquella mañana, cuando se metió en el coche sin prisa pero con rumbo fijo. Esa era toda su obsesión. No sabría cuándo llegaría, ni siquiera si llegaría en algún momento. Pero al menos tenía un destino al final de su siempre incierto horizonte. La luz de los primeros rayos del día le cegaba por encima del retrovisor. No recordaba cómo había llegado a tener ese coche. Nunca le gustó conducir. Pero ahora sus manos asían el volante con fuerza, como si de él dependiera el rumbo de sus próximos meses.
- ¿Sabes ya qué vas a hacer el próximo verano?
Aquella pregunta atronaba con fuerza en su interior mientras se disponía a girar el volante, y con él su rumbo.
- Aún tengo tiempo. No tengo que dar una respuesta definitiva hasta el próximo miércoles, así que prefiero pensarlo con calma.
Calma. Tan densa como frustrante. La misma que le había perseguido en los últimos años. Hasta que se cruzó en su vida. Aquella noche, con una canción y un verso.
- "Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice, y todo. Y en la calle codo a codo somos mucho más que dos".
Benedetti. Guardó ese libro como si de un tesoro se tratase. Un tesoro que ahora llevaba en el asiento del copiloto, como sustitutivo decepcionante de la persona perdida.
- Ya he tomado una decisión. Me marcho.
- ¿Seguro? Te conozco y al final, como siempre, terminarás cambiando de opinión. Tienes la cabeza llena de pájaros.
Pero hoy era jueves. El jueves después del miércoles y no había ni rastro de la bandada de pájaros. Debieron huir con el vendaval de la tormenta. A las aves nunca les gustó la lluvia, prefieren el cielo limpio y despejado de una mañana de junio.
- Lo tengo claro. No hay vuelta atrás. Además me están esperando.
- ¿Esperando? ¿Quién te espera? Nunca han esperado por ti. Tu vida es una enorme sala de espera.
Y no le dejó seguir hablando. Sus reproches habían dejado de tener efecto y la prueba era ese momento. El coche, el libro, el sol. Nada de pájaros.
- ¿Conoces a Benedetti?
- He leído algo, pero no me gusta demasiado la poesía. No sé interpretarla.
- Si me tomas la mano seré tu braile poético.
Qué inmensa paradoja. Enseñó a un ciego de la poesía cómo ensamblar besos y el ciego fue incapaz de ver a través de sus ojos. De escuchar sus palabras y predecir sus deseos. Maldita ceguera.
- Voy a irme unos días para desconectar. La ciudad me vuelve loca y necesito respirar, alejarme de ella para reencontrarme después, en el mismo lugar. ¿Me esperarás?
- Déjame que vaya contigo. Podemos alquilar una casita en la costa y desestresarnos de todo y de todos.
- Prefiero hacerlo sola, lo necesito.
Y lo hizo. Hace tres días. También de mañana. Pero con cientos de pájaros que habían emigrado en busca de un horizonte más sembrado de locura. Ojalá las lágrimas ejercieran de bálsamo contra el dolor del recuerdo...Un recuerdo que se vuelve intenso y nítido cuando baja del coche y empieza a recorrer el camino hasta la casita de madera. La mochila cargada de culpa pesa menos que el libro al que se aferra con las garras de la valentía. Llega al umbral. Sólo cuatro pasos y cruzará la puerta. Pero prefiere sentarse. Y esperar leyendo. Esperar.

1 comentario:

Ulises dijo...

Deguiré tu rastro desde esta atalaya. Es como una parada obligatoria en la travesía. Como un cuarto desordenado en una dinámica aburrida. Si escribes crónicas sobre fiestas, el 10 de mayo tienes una. Seré un lector continuo, obligado y devoto de este rincón tan tuyo.
Un saludo viajero. Un saludo inmóvil.
Ulises.