domingo, 20 de abril de 2008
Hambre
Hambre de ti. Voracidad controlada. Insaciable por naturaleza. Así llegué aquel día, tal y como hoy. Siempre igual que mañana. La sala era enorme y la gente se movía con agilidad. Sabían cuál era su función. Todos cumplían a la perfección el rol que les tocaba desempeñar en el juego. Todos menos yo. Me senté cerca de una chica de pelo corto y pendientes llamativos. pensé que algún día sería como ella. En realidad ya lo era. por eso estaba allí. Todos éramos iguales. Y lo seguimos siendo. Egoístas, simples, inmaduros, incapaces, previsibles, caprichosos, ególatras...Y por eso estábamos allí. El diagnóstico era una simple excusa para retenernos allí. Al menos eso era lo que pensábamos. De lo que tratábamos de convencernos en cada charla furtiva. Pero las paredes estaban acolchadas. Acolchadas para impedir nuestro sufrimiento. En realidad no sé qué se proponían impedir. Toda capacidad había sido anulada mucho antes de atravesar las puertas de aquel sitio. Era una elección personal, incluso de la chica de los pendientes llamativos que tanto se parecía a mi. Aunque yo llevaba el pelo largo, pero al menos compartíamos todo lo demás. Los horarios, los pasillos, las básculas, los puzzles, los cuadernos, las llaves y los rayos de sol. Cada gota de las que entraban por las ventanas amputadas era disputada como si de un manjar se tratase. ¿Manjar? ¿Qué manjar? Ojalá hubiéramos discutido por un solo manjar. Pero nuestras discusiones eran mucho menos triviales. Se enfocaban hacia temas mucho más trascendentales y, además, contaban con una característica digna de mención: eran monodiscusiones. Si es que esa palabra existe. Y si no también lo eran porque su naturaleza así las definía. Nosotros decidíamos el tema, la duración, el lugar y el destinatario. Bien es cierto que los cuatro elementos eran siempre los mismos: hambre, siempre, cualquiera, yo. Conocidas las piezas del puzzle compartido llegaba el momento de asumir identidades. La mía era bien conocida y a veces intentaba intercambiarla, por qué no, con la chica de los pendientes llamativos. Al fin y al cabo llevaba el pelo corto.
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