lunes, 21 de abril de 2008
Un deseo
Voy a formular un deseo: ser capaz de recordar. Es lo único a lo que aspiro, a recobrar la capacidad de soñar despierta alimentada con los ingredientes de los momentos vividos. Pero la ansiedad es mucha y la capacidad poca cuando se trata de recuperar, de volver, de echar la vista atrás y escuchar el eco del pasado. Pasado es todo aquello que elegimos recordar y si yo no recuerdo ya nada, ¿quiere eso decir que no tengo pasado? ¿Significa entonces que mi vida es un eterno reflejo, desdibujado y efímero del presente? Sé que hubo algo más. Soy consciente de que el sufrimiento no fue lo único que alimentó mi olvido. Es cierto que tuve una vida, otra vida, ¿mejor? Paralizada por el sentimiento de culpa ante el abismo de los sueños que no dejan de serlo, las imágenes se tornan confusas en mi mente y sólo distingo siluetas. No me gusta dormir. No quiero dormir porque implica soñar y los sueños son el nítido reflejo de todo lo que no soy. Pero si he llegado hasta aquí, justo hasta el borde del precipicio de la existencia renunciada a vivir es porque tuve una vida. Y quiero ser capaz de recordarla. Quiero dibujar con una fina pluma su silueta. Ser capaz de trazar todos los márgenes de su delicado cuerpo, las arrugas de sus expresiones, los pliegues de sus comisuras, colorear los matices de su cara, desenredar los tirabuzones de su pelo. Pero todos eso no son más que deseos. Y, como tal, en ellos juega un papel fundamental mi imaginación. La misma que tantas malas pasadas me juega, esa que me presentó hace años a mi peor enemigo: yo. Un yo que, sin trabas ni reparos, ha ido socavando día a día la tumba de mi propio destino. Hace tiempo que eligió incluso el color de mi lápida y hasta quiso atreverse con el epitafio. Pero eso no se lo permití. Bastaría más, yo siempre tengo la última palabra: Todos tenemos un pasado.
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