martes, 29 de abril de 2008

Enfermedad

Un día dejó de ser eternamente bella. Eternamente. La luz que había iluminado cada uno de sus pasos hasta entonces se extinguió por completo. No fue poco a poco, sino de repente. Si al menos hubiera tenido tiempo de hacerse a la idea, de cambiar la imagen que ella creía proyectaba sobre los demás. Y si lo creía era porque así sucedía. Los iluminaba. Dejaba una estela de inmensa luminosidad cada vez que aparecía en una habitación. Cada vez que llegaba a un bar para tomarse las cañas de rigor. Cada vez que participaba en una conversación para sembrar la siempre necesaria polémica. Todo eso un día se terminó. Y no tuvo tiempo de confesarlo. No pudo confesar su inmensa satisfacción por haber sido partícipe de todos los bellos momentos que había tenido la suerte de vivir. Tampoco pudo lamentarse por las muchas ocasiones perdidas. Ni siquiera pudo experimentar el sufrimiento de la soledad temprana de la madurez o la aterradora incertidumbre de la independencia. Se le acabó el tiempo. Su cuerpo se fue contrayendo y, a medida que eso iba sucediendo, su mente se revolvía contra ella.
- No puedes quejarte. Tú te lo has buscado. Eres la única responsable.
- No me lo he buscado. Es completamente fortuito. Un diagnóstico más en cualquier despacho de hospital.
Estas conversaciones se sucedían cada vez con más frecuencia en su interior. La eterna lucha entre el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. A pesar de las ayudas, de los calmantes y las visitas cada vez más frecuentes al hospital, Mr. Hyde operaba a sus anchas y ella iba dándose cuenta de lo inútil de una batalla perdida de antemano.
- ¿Qué te sucede? Sabes que sin ánimo estás perdida. Tienes que intentar sonreir. Si no lo haces por ti al menos hazlo por ella. Observa cómo te mira, siente auténtica devoción por ti.
Pero no podía sonreir. Sus labios habían quedado reducidos a una ingrata mueca de dolor y sólo el alivio de las drogas la conducía a una estancia más placentera. En ella siempre estaba sola. Quería estarlo. Y también quería que su lenta agonía no se prolongara mucho más en el tiempo.
- He pensado algo y tienes que ayudarme.
Esta vez había elegido la compañía de la devoción para la estancia de drogadicción.
- Dime, qué quieres que haga. Puedo traerte de casa el libro que tanto te gusta y leerlo juntas. O, mejor aún, en cuanto salga de aquí me paso a comprar una radio y desde mañana traeremos la música de vuelta a nuestras vidas. Linda Draper nos ayudará.
Se revolvió en el asiento buscando calculadamente las palabras más duras con las que aplacar el ansia de superviviencia.
- No digas tonterías. A mí nunca me gustó Linda Draper, es una más de tantas vocecitas insulsas con cara guapa que pululan por ahí. Además, ¿no ves que no puedo leer?. Me paso todo el día tumbada o sentada. A eso he quedado reducida, soy un trozo de carne que poco a poco se va desintegrando. Y no quiero ver cómo sucede. No podría soportarlo. Quiero que termine y quiero que me ayudes.
Su devota acompañante era incapaz de creer lo que estaba oyendo. Sabía que esas palabras nunca habrían salido de la boca del Dr. Jekyll y que finalmente había sido Mr. Hyde el que había ganado la batalla. Se había dejado derrotar y veía la tristeza del perdedor prematuro en sus apagados ojos. La miró y la tomó de la mano.
Años después vuelve a ser hoy. Mañana, es posible que pasado y probablemente la semana que viene. Todo vuelve a ser. Sobre todo ahora, cuando el recuerdo de lo vivido se torna insoportable para su maltrecho recorrido. Tuvo que seguir adelante, cargar con la (dis)culpa e inventarse una vida nueva. Una vida, al fin y al cabo, pero nunca más la suya con el plural compartido por mucho más que dos. Una se quedó en el caminó y la otra se perdió en los recovecos de su particular laberinto.
- ¿Algún día dejé de ser bella?
- Para mi siempre lo fuiste. Eternamente.

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