jueves, 24 de abril de 2008
No me apetece
Un helado de chocolate blanco: no me apetece. Y cuando llego a ese punto pienso que ha llegado mi hora. No es posible alcanzar tal grado de ingratitud. ¡Con lo que tú disfrutabas del dulce sabor del chocolate deslizándose entre tus labios! ¿A qué se debe esa sinrazón? Ha llegado para pedirte perdón. Es hora de olvidar y volver a empezar para saber disfrutar. De una tarde, en una terraza con el sol reflejado en tu mirada. Pero no pides la copa de helado. Prefieres un granizado, tan gélido como nuestra relación. En eso nos hemos convertido. En un tímido y diminuto granizado que sueña con tener su minuto de gloria y arrebatar su púlpito a la copa de tres bolas que todos miran con deseo incontrolado. A nosotros ya nadie nos mira. El deseo ha dado paso a la inmaculada reverencia. Esa que me haces cada vez que salgo del portal, cada vez que me invitas a cenar. ¿Recuerdas la primera vez? Para todo hay una primera vez, me dijiste, y pensé que esas palabras eran los versos más delicados que nunca nadie antes me había regalado. Tantos regalos acumulados tras años de incomunicación en el armario de la monotonía. Llegaron a ser tantos que me impidieron ver el fondo, darme cuenta de que la superficie iba resquebrajándose con cada nuevo envoltorio. Y aún ahora me dices que fuimos eternos. Que antes de rendirnos nos dimos una oportunidad. Pero eso fue antes, mucho antes. Nuestra eternidad es ahora el bonito recuerdo de un intento fallido. Fallido por ti, por mi, por los dos, por nosotros...por nuestra indiferencia. Créeme cuando te digo que nos daba igual. Ya todo daba igual. Me cogías la mano y me provocabas rencor. Intentabas hacerme gozar y me hacías llorar. Lágrimas sofocadas por el intenso miedo de la incertidumbre. Todo parecía ir bien a ojos de los demás. No podía seguir ignorándome. Quería gritar que te odiaba, que ya no te aguantaba más, que había dejado de sentirte, que mi cuerpo no se estremecía con tus caricias...Pero me quedé callada, en silencio, expectante, desafiante. Hasta que el desafío se convirtió en venganza y llegó la hora. Eran las nueve y diez. Domingo, 16 de abril. Hoy es viernes.
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