sábado, 19 de abril de 2008

Eterno regreso

El sueño se apodera de mi mente con su inmenso sopor. Mis pensamientos dejan de tener vida propia y el subconsciente pasa a la acción. Soy sólo un saco de huesos. Un maltrecho y ajado puñado de músculos desechos en su intento por dar un paso más hacia adelante. Es el eterno regreso a ningún lugar. Pero siempre quieres más, estás ansioso por saciar tu glotonería devoradora de tristezas y pesares, de llantos y desánimos. Son muchos años los que llevas batallando con tu propio yo, el mismo que algún día se desconfiguró para no volver nunca a ser el mismo. ¿Quién eres? ¿Por qué has vuelto para atormentarme? Quiero dejar de sentir porque so supondría dejar de sufrir, pero en mi ambos sentimientos van de la mano. Si pudieran soltarse por un solo instante, experimentar la vida el uno sin el otro...en ese caso sí habría una vida que vivir y un sueño al que renunciar.
Me meto en la cama y aparezco en el salón de una casa semivacía. Un eco espantoso resuena atronador. Eterno vacío colmado de fantasmas que vuelven para atormentarte. Siempre el tormento. No podría ser de otra manera. no es de otra manera. Me doy la vuelta y la veo, pálida y malhumorada. Me cuesta trabajo reconocerla bajo la densa capa de polvo y suciedad que se acumula en su raída ropa. Doy un paso hacia adelante y la piso. la aplasto con precisión, como si de una detestable cucaracha se tratase. Se rehace y busca una nueva ubicación en el vacío. No la encuentro y salgo al jardín. Las rosas marchitadas florecen aliñadas con el elixir del regreso. Alguien las está regando. Me acerco y la veo. Ahora sí es ella, resplandeciente, iluminada por los rayos del intenso sol que recién acaba de aparecer en el horizonte. La beso y me corresponde. Es un beso lleno de ternura. Un beso de reencuentro fugaz. Tanto que en el mismo momento en que separamos nuestras mejillas vuelvo a la soledad de un jardín con flores podridas. La podredumbre aparece de nuevo en cada esquina, en cada maceta, en cada baldosa. Y se aproxima a mis zapatillas. No recuerdo habérmelas puesto para dormir, prefiero hacerlo sin calcetines. Pero hacía frío, un gélido y demoledor aliento me escocía en el cuello, así que tuve que recurrir a ellas. Quiero correr, huir de la suciedad que se acumula peligrosa. Abro la puerta, me destapo, la manta me sobra y tengo una intensa sed. Mis labios están secos, tan secos como las plantas que un día fueron multitud en el patio.
La puerta está cerrada pero trato de zafarme. Golpeo los cristales hasta romperlos y mis muñecas empiezan a sangrar. Como aquel día. También llevaba zapatillas. La angustia me provoca arcadas y logro llegar al baño. Ahí está una vez más. Me abraza y me toma de los brazos. La hemorragia y la angustia han desaparecido, pero sigo descalza. Me siento junto a ella y empezamos a hablar.

1 comentario:

Pati dijo...

Pufff...que bonito!
Me encanta que por fin hayas empezado...estoy muy orgullosa de ti!!!
Ya estoy con ganas de leer el próximo.
Besitos ingleses!!!