martes, 20 de mayo de 2008
Histeria
No es colectiva. No está justificada. Nunca lo estuvo y nunca lo estará. En ella nada es gratuito y mucho menos colectivo. Su histeria aparece y deja una estela difícil de borrar. Es un recuerdo nítido e intenso que quema al tocarlo tanto como al experimentarla. La rabia la sacude y me sacude. Es imposible controlarla. Ni siquiera vale la pena intentarlo. Fracasarías y no te lo perdonaría. Ella no quiere ningún tipo de ayuda. Prefiere seguir instalada en la cómoda estancia de la irreverencia. Una postura tan infantil como cobarde, pues si hubo un momento en el que cierto tipo de comportamientos irracionales estaban justificados, ahora han dejado de estarlo. Ya no tiene motivo ni razón. ¿O siempre lo encontrará? Basta con que eche un vistazo a su alrededor y, sin esforzarse demasiado, encontrará cualquier sensación, cualquier motivo, una estúpida palabra o el más mínimo titubeo para poder justificar sus accesos de locura. Son la puerta hacia su abismo. El sitio en el que más placer experimenta. Porque sólo en el sufrimiento encuentra algún tipo de consuelo. Todo vuelve una y otra vez a la culpa. La maldita y omnipresente culpa. Se castiga por algo y a estas alturas desconoce por completo el motivo. O eso intenta hacernos creer. La causa siempre ha sido la misma. Siempre. Ha sido. La misma. Nunca. Será. Diferente. La agresividad se vuelve contra ella, tal y como debe ser. Son sus propios mandamientos. Reglas del juego impuestas por una única jugadora. Es un juego de perdedores. De perdedora. Por eso empezó a jugar. Cuando se cerró en banda y su mente empezó a estrecharse tanto como su cuerpo tenía muy claro dónde quería llegar. A los mismos accesos de ira que ahora se repiten con una frecuencia preocupante. Así es como quería que fuese. Y así está siendo. Según lo planificado la siguiente etapa debe ser aún más agresiva. Más cruel. Espantosa, si cabe. Dolorosa hasta que los gritos rompan el límite de lo establecido. ¿Qué es lo establecido? Lo que se supone normal. Pero en esta etapa la normalidad ha dejado de tener sentido. Un sin sentido consentido. Puede que ahora el miedo sea su peor enemigo. Si hubiera sido capaz de llegar hasta el final en el momento previsto, nada de esto sería ahora necesario. No habría dolor ajeno. Todo el daño infligido sería para ella. Un único jugador. Pasado el brote psicótico nada vuelve a ser igual. Es como si a cada nuevo paso en el enorme sin sentido consentido fuera alejándose un poco más del umbral del raciocinio. Cada gota nueva de ira la traslada a un nuevo estadio de amargura que alimenta su ego de sufrimiento. Dos animales hambrientos que en su interior devoran con feroz ansia cualquier resquicio de felicidad. ¿Feliz? Nunca quiso serlo, la verdad. Es una utopía absurda, ¿para qué perseguirla? Una excusa más en su intento por justificar su torpe aproximación hacia el abismo. Torpe en cuanto a lentitud. Su intensidad está medida milímetro a milímetro. Uno más y habrá llegado al precipicio. No te puedes asomar. Si lo haces me caigo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Tomas aire. Un instante de duda te hace tambalear frente al vacío -¡Ay! Sin tiempo para acabar de sonreír deslizas tus ojos afilados hacia el frente cuando notas que tus talones dejan atrás el borde. ¡Ahora! No hay paracaídas; envuelta en aire húmedo; cada vez más deprisa...Unos labios indecisos son el único colchón.
Publicar un comentario