lunes, 5 de mayo de 2008

Una canción

Sonaba en la radio. Justo cuando la puso, en el dial de siempre. ¿Cómo funcionan los recuerdos? Los suyos se activaban automáticamente con dos cosas: un olor y una canción. De ahí podía deducir que los sentidos que tenía más desarrollados eran el olfato y el odio. Pero lo cierto es que nunca había funcionado según lo esperado. Y una vez más se confirmaba. Era tan malo reconociendo un olor como descifrando qué instrumento se escondía detrás de un puñado de letras. Incluso siendo niño Esmeralda había intentado llevarle a clases de solfeo, pero se quedaba alelado mirando por la ventana, buscando el final de la inmensidad del horizonte. El mismo horizonte que ahora se le presentaba cristalino e infinito fruto de los acordes de una canción. "I know that you'll go soon, you'll find out so take me with you always". Llévame contigo, siempre. Una vez más había vuelto a mezclar los olores. Se había dejado mecer acompasado por la naftalina de la tristeza y el agrio pesar de la culpa. Y no sabía a qué olía todo aquello. Creía recordar (siempre los malditos y caprichosos recuerdos) que ya se había comportado así antes, que ya había mezclado esos olores, pero sólo escuchando el suave ritmo de la melodía podía dibujar el lugar y el momento con una precisión cartesiana. Con el olor era más complicado, pues el poder de evocación sólo se presentaba cuando la persona en cuestión estaba cerca. Y en ese caso era bastante difícil. "I didn't know you, you didn't know what to make of me. It was peaceful that night, a kind of friendship all too serious". Demasiado serio. Siempre se ponía demasiado sería recordando aquel momento que, sin duda, fue demasiado serio. ¿Serio para una noche? ¿Serio para dos desconocidos? ¿Serio para una relación? No se puede denominar exactamente relación a algo que no dejó de ser un momento demasiado serio para la vida de dos personas con tanto en común y tan poca vida compartida. Ella olía dulce. Desprendía un olor afrutado que se te pegaba a la piel con sólo rozar sus cabellos. Lo acaba de recordar. El olor, su olor. Y ella no estaba allí. Se marchó aquella noche ¿para siempre?. Desde luego. Pero la tuvo entre sus brazos. El oxidado mecanismo de los recuerdos había echado a andar aquella tarde y ya no había vuelta atrás. La canción parecía haberse detenido y seguía sonando una y otra vez. Su imaginación, animada por los pensamientos antes aletargados, se puso el traje de faena y podía perfectamente ver al locutor pidiendo al técnico que le diera al botón del pause. Un pause algo extraño y especialmente creado para ese momento tan serio como imaginado. Una y otra vez, sólo para él. Hasta había salido del estudio para dejarle disfrutar en la mejor soledad. De pie, junto a la ventana. Mirando al horizonte finito de una lejana noche. También sus pies empezaron a mecerse atolondrados por la excitación del momento. No sabe bailar, pero se deja llevar sin miedo a dar un inoportuno pisotón. "¡Ay! Ten más cuidado. Creí que ya habías aprendido a dar algún que otro paso coordinado". Y el locutor cerró la puerta del estudio. Para siempre.

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