martes, 6 de mayo de 2008
Azul
Es intenso, frío y sensible. Se resquebraja con cada movimiento y pierde consistencia a cada paso. Es mejor ir despacio, digerirlo con calma una vez llega y no dejarse llevar por la inconsciencia si la desesperación hace mella en el proceso. Todo lleva su tiempo. También para él. Hay días que se le ve más tranquilo, distraído quizás o acaso indiferente. Pero sigue ahí, intenso, frío y sensible. Puede que su color sea el azul. Parece que sus matices recuerdan al zian. Y sin embargo para mi es neutro. Neutro por su capacidad para aparecer en cualquier circunstancia. O puede que simplemente esté siempre ahí, en guardia y atento a cualquier descuido. No creo que sean descuidos, más bien son decisiones. Me siento cómoda con él. A gusto entre sus idas y venidas, con sus prontos e inesperados gritos. Hay veces que chilla demasiado y me obliga a gritar para aplacar su voz. Elevo la mía por encima de su tono agudo y entonces es cuando la gente empieza a mirar. Me observan extrañados, preguntándose de dónde habré salido, de qué manicomio me habrán dejado escapar. Del de la montaña mágica, grito yo con más histeria si cabe. Y él sigue sensible, frío e intenso. Cuando me ve gritar desesperada suele calmarse y dejarme algo de espacio para respirar. No se da cuenta de que por su culpa, por culpa de sus estruendosos alaridos, la gente me rodea. Una multitud me persigue por las calles hasta que me detengo frente a un escaparate. Veo mi reflejo entre la gente y le veo a él. En el escaparate, riéndose a carcajada limpia, ahora consistente y sin miedo a romperse en pedazos. Ha ido ganándome terreno, ocupando mi lugar y ya no teme que lo digiera. Tampoco podría, me ahogo con cada nueva respiración. La gente empieza a zarandearme hasta que caigo al suelo sin camisa de fuerza. No contento con mofarse de mi esmirriada figura se mezcla entre la masa opresiva y empieza a charlar con una mujer gorda y muy blancucha. Le habla de mis antecedentes como un médico diagnostica a un paciente y le comenta que lleva mucho tiempo a mi lado. Al oír esa insensatez le empujo de una patada contra el cristal. Pero no se resquebraja ni pierde consistencia. Los cristales se vuelven hacia mi como un boomerang y se me clavan cada uno en el sitio adecuado (y acordado). Es el dolor. Intenso, frío y sensible. Azul.
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